jueves, 20 de marzo de 2008

Poema de Viernes Santo

¡Cuán doloroso el llanto
de aquellos que lo amaban,
cuando en monte sombrío
se lo crucificaba!

¡Y qué hiriente la risa
de aquellos que lo odiaban,
viendo que, tiernamente,
al Padre suplicaba!

De Ti, Señor, la sangre
que en el polvo dejabas
se hizo a la eternidad
toda nuestra alabanza.



marzo 2008
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