jueves, 14 de agosto de 2014

La ciudad de Dios

Maravillosa es la ciudad de Dios.
Digno nunca seré de entrar en ella
pero tal vez se me permita un día
tocar emocionado
el muro capital que la rodea.

Eterna es la ciudad de Dios.
Digno nunca seré de entrar en ella
pero tal vez mirar
pueda yo desde fuera
el bienaventurado
gozo en sus habitantes.

Sé que la luz de la ciudad de Dios
no queda dentro sino que ilumina
la vastedad de sus alrededores.

Quizás no pueda entrar
en la ciudad de Dios,
pero, ¿por qué no gozaré en sus puertas
—o algo lejos, un poco más allá—
de los cantos, las fiestas y alegrías
y del continuo bendecir a Dios?

Ya sabe la ciudad que soy indigno,
que arribo igual a un extranjero pobre
pero quizás con suerte exista un hueco,
algún rincón en la ciudad de Dios,
un pase amable de misericordia
incluso para un triste como yo.


14 de agosto de 2014