Con luz nueva me llama el despertar
el cual muestra un paisaje claramente,
gloria agreste del día singular
creado para mí su actor naciente.
En el reino de blancas espesuras
es mi felicidad abandonarme,
perderme por azar, que las dulzuras
ya vendrán por si solas a abrazarme.
Y dulce es mi principio en este prado
donde es la soledad virtud dichosa,
y el agua vida lleva en su cuajado
rumor como de hipérbole morosa.
Si todo viene a mí, ¿por qué moverme?
En mi placer, ¿quién puede detenerme?
Casi alcanza mi mano el horizonte
y aun palpa más allá: la maravilla
que mostrándose sobre el santo monte
puede enjugar mis lágrimas de arcilla.
En medio de mi júbilo sabroso
me pongo a musitar palabras ciertas
—rosario métrico de un tiempo hermoso—,
como señales que he dejado abiertas.
Sé que en este lugar un pueblo vive,
casas de sombras cuya antigua gloria
tras un velo el espíritu percibe,
puertas donde el amor desprende historia.
Aquí, si por ventura alguno oye,
no menosprecie el canto mío, no
se oculte tras los árboles; apoye
el sueño que mi pecho maquinó.
Mas nadie quiere responder aquí
donde arde en fruición el sol airoso
que aparenta ofrecerse solo a mí
con todo lo que quema delicioso.
Y así como el asceta ama su estrecho
vivir, yo amo la fresca soledad
y esta florida libertad por lecho,
pero más quiero su serenidad.
Y esto es toda mi búsqueda y confluencia;
y es lo que soy, lo que ya tengo hallado:
cuerpo en preludio, vaga persistencia,
alma nativa o huésped incrustado.
Y así como el asceta busca el santo
reposo, yo también busco sus fines,
no deseando más que un suave canto
que dure en la quietud de estos jardines.
Con luz santa me llama el despertar
mostrándome un paisaje vivamente,
gloria agreste del día singular
creado para mí su actor naciente.
Y siento que la luz se arremolina
privando mis sentidos cegadora.
Luz que exalta la calma matutina.
¡Luz que se va a mi pecho cavadora!
4-agosto-1988